La Eucaristía ha estado en el centro de la vida de la Iglesia desde los tiempos apostólicos. Sabemos por la lectura de los Hechos de los Apóstoles que los cristianos se reunían en los casas de cada uno para “la fracción del pan” (Hechos 2:42, 46.) Aunque la Misa de hoy es bastante diferente de aquellas primeras reuniones de cristianos, siempre ha habido una cierta constancia en la celebración: la comunidad se reúne con un obispo o un sacerdote para escuchar la Palabra de Dios, para dar gracias y recordar la muerte y resurrección de Jesús, y para participar del pan y del vino santificados que en la fe se han convertido en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En cierto sentido, podríamos decir que ser Iglesia es celebrar la Eucaristía.
Así como nuestras familias se reúnen para compartir historias alrededor de la mesa de la cena, la Eucaristía es la comida en la que la familia cristiana se reúne para escuchar las historias de nuestra salvación en Cristo y compartir una comida. Nadie es un extraño en la Eucaristía— ricos y pobres, poderosos y sin poder, jóvenes y viejos—todos los que constituyen la Iglesia están unidos alrededor del altar del Señor, que nos alimenta una y otra vez con Su Cuerpo y Sangre.
La relación entre la Eucaristía y la Iglesia es íntima y dinámica. La Eucaristía es una celebración activa cuando comemos y bebemos el Cuerpo y la Sangre del Señor. Esto lo vemos en el texto más antiguo que tenemos sobre la Eucaristía, que es de la primera carta de San Pablo a los Corintios (1 Cor. 11:23-26):
“Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.”
Este pasaje también nos muestra que la Eucaristía es primero una acción del mismo Jesús en el derramamiento de su sangre para redimirnos de nuestros pecados. Es el sacrificio de Cristo que restauró nuestra relación con Dios Padre. Además, por mandato de Cristo en la Última Cena, la Eucaristía es también acción de la Iglesia. En la Misa, el sacerdote actúa en la persona de Cristo, cabeza de la Iglesia, y ofrece el sacrificio sobre el altar. A su vez, nosotros, la Iglesia, nos unimos a dicho sacrificio, de tomar y comer entramos en nos unimos a ese sacrificio, y al aceptar la invitación de Jesús de tomar y comer y de tomar y beber, entramos en comunión sacramental con el Hijo de Dios y formamos un solo cuerpo en Cristo. Es en la reunión para la Eucaristía que los cristianos se convierten en Iglesia, y por lo tanto, podemos decir que la Eucaristía hace a la Iglesia.
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