¿Con qué frecuencia usamos la palabra “sacrificio” para referirnos a algo que “ofrecemos” o “hacemos” por nosotros mismos o por otra persona? La palabra “sacrificio” a menudo tiene connotaciones de privación personal, incomodidad o incluso sufrimiento. Algunos ejemplos de sacrificio sería cuando los padres pierden el sueño para cuidar a un hijo enfermo, o cuando los cónyuges cooperan mutuamente para construir una vida en común. Todo el mundo hace sacrificios económicos para garantizar una vida más segura en el futuro. Durante la Cuaresma, sacrificamos alimentos para compartirlos con aquellos que de otro modo pasarían hambre. A veces, alguien sacrifica un riñón para que su ser querido pueda vivir. La palabra sacrificio transmite muchos significados; sin embargo, en la raíz de cada uno de estos ejemplos está el amor.
La Eucaristía es un Sacrificio Real. Durante la Plegaria Eucarística, el sacerdote recita las palabras de Jesús en la Última Cena sobre los dones del pan y del vino: “Este es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros” y “Este es el cáliz de mi Sangre… que será derramado…” Estas palabras apuntan hacia la muerte en la que Jesús moriría por nosotros en la Cruz, haciendo de la Última Cena una comida sacrificial.
El sacrificio de la Misa no es una representación, imitación o dramatización de la Última Cena; más bien, el Catecismo de la Iglesia Católica dice que “hace presente el único sacrificio de Cristo.” Las Escrituras nos dicen que Jesucristo “entró una vez y para siempre en el santuario… con su propia sangre, obteniendo así la redención eterna”. (Hebreos 9:12) El sacrificio histórico de Cristo en la Cruz no se repite, sino que el sacrificio de la Misa es un memorial en el que el sacrificio de Cristo está sacramentalmente presente.
La Eucaristía como sacrificio tiene otra dimensión. Después de que la asamblea haya presentado las ofrendas del pan y del vino y las haya colocado sobre el altar, el sacerdote nos invita a orar con estas palabras: “Orad, hermanos y hermanas, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.” El privilegio de participar en la Eucaristía es que somos parte de lo que representamos. El Amor de Dios por nosotros, manifestado en el Sacrificio de Cristo en la Cruz, nos obliga a dar una respuesta: amor en respuesta al amor; sacrificio en respuesta al sacrificio. Cuando participamos en la Misa, ofrecemos a Dios nuestros pensamientos, oraciones, palabras, obras, confianza, servicio y caridad — nuestras mismas vidas y todo lo que somos — y oramos para que podamos ser transformados y así ser reunidos en la unidad del Cuerpo de Cristo. Como dice San Pablo en su carta a los Romanos, “por la misericordia de Dios, presentad vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto espiritual.” (12:1) La Plegaria Eucarística IV pide explícitamente que el pueblo de Dios “pueda convertirse verdaderamente en un sacrificio vivo en Cristo”.
La Eucaristía es un Sacrificio Real — es el sacrificio amoroso y único de Cristo por nosotros. Es también nuestro sacrificio: la entrega amorosa de nuestra voluntad y nuestra vida a Dios. Cuando recibimos la Sagrada Comunión, la Presencia Real de Cristo nos fortalece para que podamos hacer la voluntad del Padre. La Misa, que perpetúa el sacrificio incruento de Cristo, nos fortalece para vivir los sacrificios que exige la vida cristiana.
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